La historia cultural aborda el estudio de las representaciones y los imaginarios junto con el de las prácticas sociales que los producen; también se ocupa por los modos de circulación de los objetos culturales, tal como lo expresa uno de sus principales cultores, Roger Chartier. En esta historia, nuevas categorías como las de experiencia o representación permiten captar la mediación simbólica, es decir, la práctica a través de la cual los individuos aprehenden y organizan significativamente la realidad social.
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La historia cultural abarca un amplio territorio en el que es posible reconocer diversidades, sean ellas conceptuales o metodológicas, además de aquellas que obedecen a las distintas tradiciones historiográficas nacionales. Esta última circunstancia se verifica en el caso británico, en el cual la tradición inaugurada en los 50 por la Escuela de Birmingham, conformada por Richard Hoggart, Stuar Hall, Raymond Williams o E.P. Thompson, que propició la institucionalización de los estudios culturales o cultural studies.
El interés de los estudios culturales se centra más en análisis concretos de casos históricamente situados que en tipos generales de comportamiento. Se trata de estudios conscientemente eclécticos, críticos y deconstructivos; no pretenden ofrecer un modelo único para todos los casos y no responden a límites disciplinarios establecidos. Se trata de una experiencia transdisciplinaria que toma insumos de la crítica literaria, la teoría social, la comunicación social o la semiótica. Un área particularmente interesante en la que convergen variables antropológicas, socioeconómicas, políticas y culturales es el multiculturalismo, problemática relacionada con los efectos paradójicos de una globalización que, a la vez que proclama la idea de una cultura “universal”, en rigor revela como nunca antes la multiplicidad de las culturas.
En Alemania, existe una larga tradición de estudios culturales, abierta por los más prestigiosos intelectuales de la Escuela de Frankfurt: Adorno, Horkheimer, Benjamin, Marcuse o Habermas, entre otros. Esta escuela se orientó al estudio de las industrias culturales, la producción cultural en la sociedad capitalista y la cultura de masas.
En Francia se desarrolló particularmente la sociología de la cultura, representada centralmente por la obra de Pierre Bourdieu, quien exploró dimensiones como el habitus, el gusto, los medios masivos, etcétera.
La historia cultural de lo social o la historia socio cultural contó con amplia difusión en Francia gracias a la labor de R. Chartier y sus investigaciones en torno de los libros y los lectores en la Europa moderna; en el mundo anglosajón, esta tendencia está representada por historiadores como Robert Darnton, Peter Burke y Natalie Zemon Davis; en América Latina se destacan Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini.
La antropología interpretativa también ha realizado innegables aportes a esta nueva historia de la cultura; ella puede ejemplificarse a través de la obra del historiador estadounidense R. Darnton, varios de cuyos textos aparecieron bajo el título de La gran matanza de gatos y otros ensayos de historia de la cultura francesa. La iconografía constituyó asimismo una fuente privilegiada para los historiadores culturales, entre quienes se destaca la obra de Serge Gruzinski tras los campos abiertos por Panofky y Aby Warbug décadas antes.
En la Argentina, el culturalismo británico fue retomado por obras tales como Sectores populares, política y cultura: Buenos Aires en la entreguerra, de Leandro Gutiérrez y Luis A. Romero. La revista Punto de Vista introdujo desde fines de la década del setenta textos referenciales de los frankfurtianos y de los postestructuralistas y sociólogos de la cultura franceses, así como de los cultural studies. Este último campo cuenta actualmente con ámbitos institucionales y cultores como Beatriz Sarlo (análisis cultural), Pablo Alabarces (el deporte) y Adrián Gorelik (historia urbana). Otros ejemplos asociados con las artes plásticas lo constituyen José E. Burucúa y Laura Malosetti Costa, entre otros.
Otra perspectiva deriva de diversos análisis han subrayado la importancia del estudio del lenguaje como punto de encuentro entre el universo social y el cultural; en el contexto francés se desarrolló particularmente el análisis del discurso, mientras que en el ámbito anglosajón se plasmó en la llamada historia de los conceptos. El análisis del discurso remite al carácter “construido” de la realidad, en este caso una construcción discursiva. La historia conceptual se ocupa de la historicidad de los conceptos, o sea de su modificación a través del tiempo y sus usos diferenciados según el contexto social en el que se los utiliza. La historia conceptual reconoce dos tradiciones: la anglosajona de la Cambridge School, con Quentin Skinner a la cabeza, y la alemana (Begriffsgeschichte) de Reinhart Koselleck. En el primer caso, se atendió principalmente al estudio de los conceptos políticos aplicados principalmente a los grandes textos clásicos –como el Maquiavelo de Q. Skinner–, en tanto que en el segundo a la Historia social de los conceptos, de R. Kossellek. Su productividad se manifestó en el empleo que de estos recursos hace la historia intelectual, área que arraigó particularmente en la historiografía estadounidense y que se orienta centralmente a superar a la clásica historia de las ideas. A diferencia de la historia cultural, más centrada en los sectores populares, la historia intelectual aborda el estudio de las elites culturales plasmadas en los altos textos, sus contextos de producción y de recepción. A su vez, se distingue de la clásica historia de las ideas por el hecho de que, por un lado, abandona el estilo taxonómico que caracterizaba a esta –y que se materializaba en largas listas de ideólogos seguidas por sus “principales” ideas”– por otro, porque no intenta superar las contradicciones del pensamiento ofreciendo una versión sintética y homogénea de cada autor y, por último, porque se propone estudiar el pensamiento en los contextos de producción y circulación que le corresponden.
El análisis del discurso fue empleado localmente entre otros por Noemí Goldman y Jorge Myers. La revista Prismas, editada por la Universidad Nacional de Quilmes, constituye actualmente el mejor ejemplo del tratamiento que en nuestro medio recibe la historia intelectual, representada por Oscar Terán, Jorge Dotti y Elías Palti, entre otros.