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Historia política

Acaso por la magnitud de acontecimientos recientes tales como los cambios geopolíticos, la globalización y sus correlativos brotes neonacionalistas, o las transiciones políticas hacia la democracia en regiones como América Latina, la historia política es actualmente un polo historiográfico fuertemente renovado que indaga sobre las relaciones complejas y variables que establecen los hombres en relación con el poder. Esto implica prestar atención a los modos de organización y de ejercicio del poder político en una determinada sociedad, y a las configuraciones sociales que vuelven posibles esas formas políticas y las que, a su vez, son engendradas por ellas.

Como en el caso de la historia cultural, lo político o, simplemente, la historia política, no alude actualmente a un campo autónomo de la realidad social diferente, por ejemplo, de lo social, lo económico o lo cultural, sino que refiere a una dimensión de las prácticas humanas que son inseparables de las demás. Así como lo cultural alude a la dimensión simbólica de toda experiencia humana, lo político remite hoy al estudio del conjunto de la vida social como forma específica de relación y comunicación que tiene como preocupación central el problema del poder en su dimensión pública. Esta concepción naturalmente incluye aquello que era el eje de la historia política tradicional, es decir, el estudio de las instituciones del sistema político, pero las supera a través de la exploración de la acción política, de las relaciones sociales de poder y de las configuraciones sociales que las sustentan.

Mal podría tratarse entonces –como se ha sostenido– de un retorno a la vieja historia política. Se trata mejor de una profunda reconfiguración del campo a tono con los cambios más generales de la historiografía contemporánea.

Un grupo de trabajos diseñados en el clima político de los primeros ochenta abordó un tema clásico, el de la nación, pero lo hizo desde perspectivas antigenealógicas. Mientras que las historias más tradicionales se conformaron a partir de la idea de la nación como una entidad esencial que se proyectaba hacia el pasado sin un límite visible (así se llegó a hablar de los “indígenas argentinos” nacionalizando a poblaciones que nada tenían que ver con la Argentina) o que nacía en un momento particular con todos sus atributos (por ejemplo, la Argentina habría nacido el 25 de mayo de 1810 o tal vez el 16 de julio de 1816), los nuevos estudios consideraron a las naciones y a los nacionalismos como tradiciones inventadas o bien como comunidades imaginadas. La amplísima difusión de los trabajos de Eric Hobsbawm y los de este con Terence Ranger; los de Ernest Gellner y de Benedict Anderson, encontraron localmente eco en la producción de José Carlos Chiaramonte, quien modificó sensiblemente la percepción de nuestra historia de la primera mitad del siglo XIX. Ahora ya no se trata de encontrar la genealogía de una nación, como por ejemplo la Argentina, sino de entender cómo a partir de la crisis colonial se fueron organizando estados y naciones y cómo otros simplemente fracasaron y quedaron en el camino. Y, sobre todo, se trata de comprender que ni unos ni otros tenían escrito ese destino en ningún plan preconcebido.

Otro conjunto de indagaciones articuladas a partir de formulaciones procedentes de la historia cultural centró su atención en la dimensión simbólica de las prácticas políticas: la ritualidad, la gestualidad, la trama relacional, los espacios y los formatos de sociabilidad, y la acción comunicacional. En ella convergen el análisis del discurso político, los procesos de formación de identidades colectivas, la construcción de la ciudadanía, las prácticas electorales, las formas de representación, es decir, las formas de participación y acción sociopolítica de los actores en una sociedad concreta.

En Francia, la historia de lo político se desarrolló en el EHESS –Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales– desde la década del 70, por historiadores cercanos a la revista Annales, y también (http://www.persee.fr/listIssues.do?key=ahess) por Jacques Ozouf, Pierre Nora y Jacques Julliard, además de los filósofos Claude Lefort y Cornelius Castoriadis. La obra de François Furet Pensar la Revolución Francesa (1978) fue el más importante punto de referencia para la renovación de la historiografía dedicada a la política, ya que desplazó el análisis de la Revolución basado en procesos socioeconómicos para poner el acento en los problemas específicamente políticos.

Otra línea se desarrolló a partir de la historia conceptual de lo político, la cual, según Pierre Rosanvallon, autor de numerosas obras sobre la política francesa de los dos últimos siglos, tiene por objeto comprender las racionalidades políticas dando cuenta de la interacción permanente entre la realidad y su representación. Un enfoque lingüístico de la cultura política fue asimismo empleado por Jacques Guilhaumou, que estudió el lenguaje político de la Revolución Francesa. Junto con los criterios de sociabilidad ya mencionados, la obra de Maurice Agulhon concede una gran importancia explicativa al análisis del universo simbólico, de las imágenes y de los emblemas, tal como se manifiesta en sus bellos textos Marianne au combat: l'imagerie et la symbolique républicaines de 1789 à 1880, y Marianne au pouvoir: l'imagerie et la symbolique républicaines de 1880 à 1914.

Muchas de estas dimensiones fueron aplicadas localmente en textos como los de Hilda Sábato, La política en las calles, o el de Marcela Ternavasio La revolución del voto.

Otros trabajos logran incorporar las dimensiones de la cotidianidad a la historia política, tomando como foco el problema de las costumbres; en este punto la máxima referencia son los textos de M. De Certeau La invención de lo cotidiano.

Resultan asimismo muy valiosos los aportes procedentes de la sociología –particularmente de Max Weber y Norbert Elias– perceptibles en la obra de Gérard Noiriel aplicada al estudio histórico de la inmigración y los refugiados a partir de un enfoque que privilegia a los actores individuales, así como las formulaciones de Michel Foucault en su Microfísica del poder.

René Remond fue uno de los que mejor han teorizado sobre el desarrollo y el alcance de la nueva historia política; ello puede percibirse en los temas expuestos en el índice de Pour une histoire politique (Para una historia política), de 1988, verdadero texto fundacional que refleja la variedad de las nuevas temáticas: Una historia presente, Las elecciones, La asociación en política, Los protagonistas: de la biografía, La opinión, Los medios de comunicación, Los intelectuales, Las ideas políticas, Las palabras...
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