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El espacio social

Actualmente, existe un amplio consenso en considerar que el espacio geográfico, o si se quiere, el espacio objeto de la geografía, es un espacio social. Es un producto de la acción humana, de aquí que no sea un objeto dado ni preexistente a la misma, sino que se produce socialmente y, como tal, también históricamente. Este consenso implica un cambio muy importante respecto de las posturas tradicionales en geografía, en la medida en que deja de suponer que a través de su estudio se dará cuenta de la realidad en sí (lo cual se asocia, además, con el recurso al arsenal metodológico de las ciencias naturales), para aceptar en cambio que el espacio es un objeto a ser indagado en el marco de los procesos sociales que lo involucran, como parte de los mismos, y que esto debe realizarse con las mismas herramientas metodológicas.

El espacio como producto social es un objeto complejo y polifacético: es lo que materialmente la sociedad crea y recrea, con una entidad física definida; es una representación social y es un proyecto, en el que operan individuos, grupos sociales, instituciones, relaciones sociales, con sus propias representaciones y proyectos. El espacio se nos ofrece, además, a través de un discurso socialmente construido, que mediatiza al tiempo que vehicula nuestra representación y nuestras prácticas sociales. Es un producto social porque sólo existe a través de la existencia y reproducción de la sociedad. Este espacio tiene una doble dimensión: es a la vez material y representación mental, objeto físico y objeto mental. Es lo que se denomina espacio geográfico. (Ortega Valcárcel, 2004: 33-34 destacado nuestro)

La definición precedente es interesante por la riqueza de contenidos y porque permite presentar, de modo resumido, resultados y aportes de diversos autores. Soja (1985), por ejemplo, utiliza el término espacialidad para referirse al espacio social, también resultado de la acción social y, al mismo tiempo, instancia o parte constitutiva de la misma. Esto último representa un avance conceptual significativo en la medida en que deja de lado la posibilidad de que el espacio sea un simple reflejo de lo social; así como la acción social transcurre en el tiempo (y estamos acostumbrados a pensar en procesos) también se despliega en el espacio, y las características que este posee inciden o participan en lo social, forman parte de lo social.

El espacio es material, y como tal tiene un conjunto de características que, en sí mismas, no dependen de lo social. En primer término, sus atributos naturales, cuya existencia y dinámica no responden a la sociedad, pero que se transforman en sociales en la medida en que la sociedad los incorpora a su dinámica. En segundo término, la carga de constructos y transformaciones relictos del pasado, lo que Milton Santos (1986) denomina rugosidades, y que suele considerarse como tiempo pasado materializado en el espacio; ellos pueden ser pensados como una “segunda naturaleza” que, en tanto materializados en el espacio, y al igual que la primera, podrán intervenir en los procesos sociales en la medida en que la sociedad los reincorpora según sus intenciones o necesidades. En tercer término, la cualidad de extenso que posee el espacio material hace intervenir la distancia, que sumada a la cualidad de desigual distribución y presencia de atributos en dicha extensión, imponen a las prácticas sociales una mediación necesaria para acceder a aquellos atributos necesarios allí donde estén y contar con ellos allí donde se los requiera. Así, podemos ver que, como espacio material (con sus atributos) exclusivamente, el espacio no depende de lo social, sino que se transforma en social cuando lo consideramos a la luz de sus relaciones con la sociedad, y como tal lo abordamos para comprenderlo.

El espacio también es mental, en la medida en que los individuos lo perciben, imaginan y valoran de modos diversos, y estas percepciones y valoraciones subjetivas también condicionan la relación con el espacio, al igual que lo hace, por ejemplo, la presencia de ciertos atributos naturales. Hemos visto ya los aportes realizados desde perspectivas humanísticas en este sentido, los cuales son retomados aquí enriqueciéndose en su articulación con la dimensión material del espacio. Y al mismo tiempo, el espacio también sustenta un conjunto de discursos y representaciones sociales que incidirán tanto en las formas (materiales o simbólicas) de articularse con el espacio, como en los resultados que estas formas específicas de articulación provoquen en los procesos sociales.

Conviene aclarar que cada uno de estos espacios (material, mental o perceptivo, representacional) podría ser considerado en sí mismo, individualmente, y podría dar lugar a conocimientos válidos y útiles a partir de teorías y métodos que sean adecuados. Por ejemplo, el espacio material podría ser objeto de las ciencias naturales (o materia de arquitectos e ingenieros), el mental de la psicología, el representacional de la literatura. Pero todos reunidos y en interacción con lo social constituyen el espacio social o geográfico (o espacialidad), de interés para las ciencias sociales en general y la geografía en particular. Y es de interés para estas porque el espacio social interviene, con sus cualidades, en lo social, dándole especificidad. Si no lo tuviésemos en cuenta, nuestra comprensión de lo social sería parcial o insuficiente.

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