Terminología
La palabra terminología puede entenderse de diferentes maneras: en primer lugar, la terminología es el conjunto del vocabulario especial de una disciplina o un ámbito de conocimiento (la terminología de la química, del marketing, de la lingüística, etc.); en segundo lugar, la terminología puede entenderse como aquella disciplina, que tiene por objeto la construcción de una teoría de los términos, el estudio de los mismos y su recopilación y sistematización en glosarios especializados.
La terminología no es, en rigor, un campo de trabajo reciente: ya en el siglo XVIII el desarrollo de la química, por un lado, y la botánica y la zoología por el otro dieron origen a los trabajos de recopilación y ordenamiento terminológico de Lavoisier y Berthold para el primer caso y los de Linné para el segundo. Durante el siglo XIX, a raíz de la internacionalización progresiva de la ciencia, surge en el campo científico la demanda por establecer reglas de formación para los términos de sus disciplinas; en el siglo XX, se suman a esta necesidad las distintas ramas de la técnica y la tecnología, que requieren orientaciones para denominar nuevos conceptos y, sobre todo, “armonizar”, en el sentido de “regular y ordenar” las nuevas denominaciones, de manera de lograr una comunicación efectiva y eficiente, incluyendo la perspectiva interlingüística. En este contexto, surgió la teoría general de la terminología, desarrollada por el ingeniero Eugenio Wüster, que se propuso la normalización conceptual y denominativa de los términos, a los efectos de hacer más efectiva y cristalina la comunicación de los especialistas. Esos fines condicionaron de manera sustantiva sus definiciones y metodología de trabajo; el resultado general fue un evidente reduccionismo, con respecto a la concepción del término, que fue reducido a su condición denominativa, fue aislado de su contexto de ocurrencia e incluso –a los efectos de la uniformización– despojado de su carácter lingüístico.
Las limitaciones de esta teoría se explican en gran medida por el contexto epistemológico en que fue formulada y, muy especialmente, por su origen práctico y su carácter instrumental. Es innegable que la terminología surge de necesidades prácticas y que su desarrollo, aún hoy, está fuertemente vinculado con la resolución de problemas de comunicación. La lingüística como disciplina se incorpora bastante más tarde a la investigación y la reflexión sobre la terminología, por diversos motivos de orden intradisciplinar, cuya exposición demandaría mucho más espacio que el que disponemos aquí. En todo caso, no es sorprendente que sólo en las últimas décadas se hayan propuesto teorías sobre los términos de base lingüística (por ejemplo, la teoría comunicativa de la terminología, desarrollada por M. T. Cabré y su equipo de la Universidad Pompeu Fabra, o la teoría sociocognitiva de R. Temmerman).
Sin embargo, es claro que la terminología y su objeto de estudio –los términos (unidades léxicas con un significado definido y consensuado en el campo de conocimiento dado)– son objeto de interés de diferentes perspectivas y usuarios: los especialistas de cada campo disciplinar (para quienes la terminología es un reflejo de la organización conceptual de su área y un medio de expresión y comunicación); para los usuarios en general (directos o indirectos: traductores, intérpretes, docentes, comunicadores, etc.); para los planificadores de lenguas, que intervienen en el caso de lenguas minorizadas en pos de garantizar su utilidad y continuidad; y para los lingüistas, para quienes los términos son parte de la competencia léxica del hablante y, por consiguiente deben ser estudiados y explicados en el marco de una teoría lingüística. Por este motivo, se ha escrito reiteradamente que la terminología es una materia esencialmente interdisciplinaria, que exige la cooperación no sólo de los especialistas de la disciplina correspondiente y de los lingüistas, sino también de lógicos e informáticos, para su ordenamiento conceptual y su sistematización en forma de banco de datos, glosarios y distintos productos y desarrollos terminográficos.
En efecto, el conocimiento y empleo de las terminologías científicas por parte de los profesionales de la lengua y la comunicación tiene un impacto importante y creciente en el mundo globalizado, en el que las comunicaciones entre especialistas y usuarios procedentes de comunidades lingüísticas diversas se ha vuelto una necesidad imperiosa. Así como la lexicografía se concibe como la vertiente aplicada de la lexicología, la terminografía designa la actividad, fundamentalmente práctica, derivada de la terminología: la actividad terminográfica integra operaciones de recolección, sistematización y presentación de los términos de determinado campo de conocimiento o actividad humana en la forma de diccionarios especializados y bancos de datos terminológicos. Tales operaciones deben responder a los lineamientos teóricos y metodológicos de la teoría y seguir las recomendaciones técnicas, formales y de procedimiento aceptadas internacionalmente. Por último, es preciso mencionar la terminótica, materia que se ocupa de las relaciones entre informática y terminología, más precisamente, que trata de la aplicación de la informática al trabajo terminológico. Los aportes de la informática a la terminología no sólo han modificado la metodología del trabajo terminológico y el trabajo mismo, sino que además han logrado elaborar y diseñar sistemas expertos que realizan parte de las funciones del terminólogo.
El cambio cualitativo que ha significado la colaboración entre la informática y la terminología puede visualizarse especialmente en dos aspectos: la posibilidad de trabajar con corpora textuales informatizados y en la utilización y explotación de bancos de datos textuales, terminológicos y bases de conocimientos. Además, la investigación básica en terminología, de base lingüística, ha permitido desarrollar distintos sistemas automáticos de extracción o detección de términos, que suman otras capacidades como, por ejemplo, la creación automática de fichas terminológicas (ver R. Estopà, J. Vivaldi y M. T. Cabré, 1998).
Bibliografía