Existe una creencia que sostiene que los primeros relatos de ciencia ficción pudieron haber sido engendrados en el siglo XVII. Aquellos que defienden esta teoría mencionan El otro mundo (1657), de Cyrano de Bergerac (1619-1655) como prueba irrefutable de su hipótesis. Otra postura sugiere incluso que el origen del género pudo haber tenido lugar varios siglos antes.
En un conocido prólogo a Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury (1920), Jorge Luis Borges advierte que ya en el “segundo siglo de nuestra era”, Luciano de Samosata imaginó seres de otros planetas y que en el siglo XVI, Ludvico Aristo escribió que “un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la Tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectiles inútiles y los no saciados anhelos”1.
No obstante estas presunciones, un relativo consenso propone ubicar el nacimiento de la ciencia ficción en el siglo XIX. De este primer momento pueden mencionarse obras como La máquina del tiempo (1895) y La guerra de los mundos (1898), ambas del escritor británico H.G. Wells (1866-1946) o Viaje al centro de la Tierra (1864) y Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), de Jules Verne.
Ya en el siglo XX, con la aparición del concepto de “posibilidad ilimitada”, los relatos de ciencia ficción, escritos en su mayoría en Inglaterra y los Estados Unidos, comienzan a tener una circulación masiva. A través de revistas como Wonder Stories, Amazing Stories o Galaxy se codifica la noción del género cuyo autor modelo es precisamente H.G. Wells. Estas revistas crean a su vez un público lector de aficionados directamente vinculado a la emergente cultura de masas.
Una nueva generación de escritores de ciencia ficción surge a mediados de siglo, aglutinada bajo el rótulo de New Age o “nueva ola”. James Ballard, el nombre más representativo de este grupo, sostiene entonces que de lo que se trata ahora ya no es de explorar el espacio exterior sino de replegarse hacia el espacio interior: “Los desarrollos más importantes del futuro cercano tendrán lugar no en la Luna o Marte, sino en la Tierra; y es su espacio interior, no exterior, el que debe ser explorado. El único planeta verdaderamente alienígena es la Tierra. En el pasado, el sesgo científico que tomaba la ciencia ficción se relacionaba con las ciencias físicas –cohetes, electrónica y cibernética -; ahora el énfasis debería virar hacia las ciencias biológicas”2.
La experiencia de las dos guerras mundiales y de la bomba atómica lanzada en 1945 a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, no son datos menores a considerar en esta nueva etapa del género.
Los perversos experimentos con el cuerpo perpetrados por el nazismo y la creación de leyes de eutanasia y eugenesia durante los años 30 en Alemania dieron origen a un nuevo modo de entender la política. El Estado comienza a manipular genéticamente el cuerpo del individuo para propósitos por demás aterradores. La conjunción entre medicina, economía y política da nacimiento a la “biopolítica”, un modo de ejercicio del poder en el cual está en juego la producción y la reproducción de la vida misma. De esta forma, el Estado no ejerce su control sólo a través de las conciencias. Ahora opera también sobre los mismos cuerpos, alienándolos y administrándolos según sus propios intereses.
El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) y el continuador de sus tesis, Giorgio Agamben (1942), se han ocupado de este tema en libros tales como La voluntad de saber (1976) y Homo Saccer (1995), respectivamente. Campo de concentración (1968), de Thomas Disch, por ejemplo, puede leerse desde este universo de significaciones.
Por otro lado, la biopolítica pone en escena uno de los temas más recurrentes de la filosofía del siglo XIX, a saber, la muerte de Dios. Si los hombres pueden disponer de la vida y la muerte de otros hombres a su parecer, el dominio de la existencia humana queda entonces confinado a los caprichos de nuestra especie. Las películas (1982) o El sexto día (2000) imaginan qué pasaría si esto efectivamente fuera así. La literatura de ciencia ficción también se ha hecho eco de esta problemática.
En tanto este aspecto del género atraviesa distintas áreas del currículo de la escuela media (filosofía, literatura, informática, biología), podría ser interesante proponerles a nuestros alumnos la lectura de textos sobre “biopolítica” en diálogo con algunas de las novelas o films que se ocupan de este tema.