Para la primera década del siglo XX, más del 30% de la población del país y alrededor del 50% de la población de la ciudad de Buenos Aires había nacido en el extranjero. Esta situación se prolongó durante un par de décadas y dio lugar a una política educativa, establecida oficialmente en 1908, para “argentinizar” a los hijos de inmigrantes.
En 1908, una nueva administración presidida por José María Ramos Mejía se hizo cargo del Consejo Nacional de Educación y se lanzó a la introducción de las reformas conocidas como la “educación patriótica”. En ese mismo año fueron publicadas en El Monitor de la Educación las siguientes instrucciones destinadas a los maestros:
“Lectura y escritura - En los grados inferiores, léanse y escríbanse con frecuencia (...) palabras y frases de carácter patriótico (...).
“Castellano - Es sabido que el conocimiento perfecto de la lengua que se habla en un pueblo puede ser de por sí un medio de hacer que éste sea amado y de vincular entre sí a los hombres que lo habitan. Tanta importancia tiene el estudio del idioma, del punto de vista de la educación patriótica, que no son pocos los sostenedores de que es acaso el único medio de cultivar el patriotismo (...). Dicho esto, véanse a continuación algunos medios especiales que sin abusar de ellos deben emplearse oportunamente (...). En la conversación, en todos los grados, incluir con frecuencia asuntos de carácter patriótico: la bandera, el escudo, los monumentos, el himno nacional, los prohombres. Hacer lo mismo durante los ejercicios de reproducción oral de frases y trozos selectos (...). La composición se presta particularmente (...) a multiplicidad de ejercicios relacionados con la educación cívica y patriótica (...). Fórmense cuadernos de recortes de carácter patriótico.
Citado en Escudé, C., “Respuesta a la nueva crisis identitaria de la comunidad imaginada de los argentinos” (la versión completa de este trabajo puede leerse en el sitio Iberoamérica y el mundo
En 1931 se funda la Academia Argentina de Letras y la primera etapa de su labor (hasta mediados de la década del 60) está marcada por una fuerte actitud purista frente a las variedades del español. En estos años, los planteos más fuertes de rechazo se dirigieron hacia el habla urbana porteña (particularmente, al lunfardo), hacia los préstamos de lenguas migratorias y hacia algunos de los rasgos distintivos de la variedad nacional (como el voseo). Las aceptaciones, en cambio, tenían que ver con argentinismos léxicos rurales o regionales, y también con variaciones en el plano fonológico (por ejemplo, el seseo), que no era considerado un componente central del lenguaje.
La actitud purista de esta primera etapa de la Academia, se vincula con una postura fuertemente nacionalista que predominó entre los intelectuales y la dirigencia de comienzos del siglo XX como respuesta xenófoba al arribo masivo de inmigrantes y a su incorporación e influencia crecientes en la sociedad.
La función primordial de una Academia es perfeccionar el lenguaje que mana del pueblo y es afinado por el ingenio de los escritores. En naciones de inmigración como la nuestra, la tarea tiene una importancia mayor que en países tradicionales de población homogénea. El aluvión cosmopolita salpica la lengua de voces extrañas que ensucian y afean el habla, por lo que es menester combatir con ahínco para conservar acendrado el riquísimo patrimonio idiomático que nos dio España.