La lingüística es una ciencia social; se ha observado reiteradamente que en las ciencias sociales los paradigmas científicos (en el sentido de Thomas Kuhn) conviven en una misma época, en lugar de ser sucesivos (como ocurre en las ciencias exactas). Esa característica epistemológica de la lingüística, compartida con el resto de las ciencias sociales, implica que los distintos paradigmas y perspectivas sobre el objeto de estudio suelen discutir entre sí y, a menudo, incluso ignorarse o excluirse, tal como pudo comprobar quien haya leído por encima el Recorrido histórico complementario de este Estado del arte. Pero la lingüística constituye un caso extremo aun dentro de las ciencias sociales, si la concebimos (de modo general, intuitivo y vago) como el estudio sistemático acerca del lenguaje. La centralidad del lenguaje en múltiples aspectos de la vida humana, que incluyen desde nuestra caracterización biológica como especie hasta nuestra organización política y social, lleva a que la interdisciplinariedad, en lugar de ser la excepción, sea virtualmente la regla; de este modo, es casi imposible delimitar en forma tajante la lingüística de otras materias, como la sociología, la antropología, la filosofía, la psicología o la biología. La complejidad del objeto de estudio determina que confluyan dentro de la lingüística intereses absolutamente diversos: líneas que podríamos definir con la controvertida metáfora que se aplica para clasificar las ciencias en general, “duras” y “blandas”, con la conciencia de que también en lingüística su empleo es controversial.
Por un lado, las lenguas naturales pueden verse como sistemas de elementos, de un elevado nivel de complejidad, compuestos por subsistemas –esencialmente, el morfológico y el sintáctico (pero también el fonológico y el semántico)– cuyas unidades específicas se combinan a partir de conjuntos de reglas particulares de cada subsistema. Esa concepción de las lenguas naturales, compartida por la gramática tradicional y la estructuralista, ha dado lugar en la actualidad a una línea muy amplia de investigaciones que se describen con el rótulo de “lingüística formal”, para la cual las lenguas son complejos mecanismos que pueden desentrañarse y describirse a partir de modelizaciones que intentan no sólo representarlos sino también explicar sus principios de funcionamiento y su potente capacidad creativa. Dentro de esta línea el paradigma dominante sin lugar a dudas es la gramática generativa, que surge a partir de la obra de Noam Chomsky, desarrollada a partir de 1957.
Por otro lado, las lenguas son, evidentemente, objetos que pueden definirse por su finalidad comunicativa y por su carácter intrínsecamente histórico y sociocultural. Una segunda gran línea –que suele describirse como “funcionalismo”– alberga distintas direcciones de la lingüística que, en términos muy generales, se proponen explicar cómo las lenguas son efectivamente empleadas en contextos naturales de uso por hablantes concretos. Así encontramos estudios gramaticales y lingüísticos que focalizan sus trabajos en determinar qué tipo de estructuras o elementos se emplean para alcanzar determinados fines o por qué determinado tipo o género de textos hace un empleo intensivo de determinado tipo de recursos. Hay que mencionar, además, lo que se denomina la “lingüística de guión” (de “hyphenated-Linguistics”), más tradicionalmente la “translingüística”: la sociolingüística, la etnolingüística, la psicolingüística, entre otras, que emplean los conocimientos de la lingüística para explicar problemas vinculados con temáticas de disciplinas vecinas. En síntesis, la lingüística puede definirse como una “megaciencia”.
Todos los factores mencionados tornan especialmente dura la tarea de confeccionar un estado del arte en el que estén representados de modo objetivo y equilibrado los temas y autores que forman parte actualmente de la disciplina, más aún cuando, inevitablemente, nuestros propios intereses y orientaciones interfieren en la empresa.
Esperamos que las reflexiones anteriores (sumadas a cuestiones mucho más prácticas, como las limitaciones de espacio) sirvan para justificarnos de antemano por las arbitrariedades que puedan hallarse en la selección y en el tratamiento de los autores en este Estado del arte. Sabemos que las subdivisiones y agrupaciones que hemos propuesto aquí también pueden resultar discutibles, si bien hemos tratado de minimizar el impacto de algunas decisiones (por ejemplo, cruzando las referencias cuando un determinado autor es relevante tanto para una subdisciplina como para otra).
En cuanto a la bibliografía, por razones prácticas hemos intentado citar la mayor cantidad posible de obras escritas en español, privilegiando los textos de fácil acceso (libros y revistas con una difusión importante) y minimizando el número de los que no están traducidos a nuestra lengua o han sido publicados en medios de circulación restringida. Sin embargo, en ningún caso hemos dejado de mencionar aquellos textos que, de acuerdo con nuestra visión, son imprescindibles para tener un conocimiento acabado del estado actual de la disciplina.
Los capítulos en que se subdivide este Estado del arte son: