La ruptura civilizatoria condujo a otra de carácter epistemológico: la crisis que había puesto en cuestión nuestras convicciones sobre el destino de la sociedad también descartaba las explicaciones que los cientistas sociales venían utilizando hasta ese momento para explicar los fenómenos sociales e históricos. Esto explica por qué, a partir de los años 70, aparecieron numerosos textos que reflexionaron no ya sobre el pasado sino sobre la propia disciplina histórica. La epistemología se presentaba por entonces como una disciplina capaz de proporcionar un lenguaje común a todas las ciencias; baste recordar en tal sentido la importancia de las formulaciones de Michel Foucault o Louis Althusser.
En el campo específicamente historiográfico, parte de los aportes foucaualtianos fueron difundidos por Paul Veyne, quien en su libro Cómo se escribe la Historia. Ensayo de epistemología (1971) cuestionaba las pretensiones científicas de una disciplina que no podía distinguirse con precisión de la literatura. El historiador francés aseguraba que las fronteras entre la Historia y la ficción eran por demás inciertas; en una famosa frase llego a decir que la historia no es una ciencia, sino una novela verdadera. No explica ni tiene método1.
Dos años después, el historiador norteamericano Hayden White publicaba Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. Allí puso en relación la teoría literaria con el análisis historiográfico, identificando los elementos específicamente poéticos de los libros dedicados a la historia. En esa línea, llegó a decir que los análisis históricos carecían de un criterio epistemológico que permitiera diferenciar la realidad histórica de su representación historiográfica, por lo cual no existía ninguna diferencia entre los discursos de la historiografía y la ficción. Para White, la Historia, lejos de ser una disciplina científica, era un género literario equivalente al cuento o a la novela.
Es así como se llega a las hipótesis del llamado giro lingüístico, también sostenidas por autores como D. La Capra y M. Jay, quienes proponen que toda realidad está mediada por el lenguaje y los textos, y por lo tanto, toda reflexión histórica depende de la reflexión sobre el discurso. Así, los referentes empíricos a los que pretende aludir la historia social clásica serían completamente inaprensibles, dado que sólo conocemos los textos que hablan de ellos y, en última instancia, lo que el historiador estudia y puede conocer no son sino esos textos.
Esta concepciones influyeron en historiadores relacionados con la vertiente de la historia social británica: Garret Stedman Jones, Lenguajes de clase (1983; traducido al español en 1989), o bien Patric Joyce: Visiones del pueblo (1991). Este último cuestiona el concepto de clase empleado por E. P. Thompson, afirmando que el lenguaje no es un mero vehículo para representar realidades sino que resulta constitutivo de toda experiencia histórica. Es el lenguaje, y no su pertenencia a una clase lo que permite que los individuos experimentar y concebir la realidad social y su posición en ella, articular sus intereses, construir su identidad como agentes sociales y dar significado a su acción; por ello, el lenguaje precede a la propia conciencia social y es, en rigor, su condición de posibilidad.
Aunque la mayor parte de los historiadores no adhirió a estas versiones extremas del giro lingüístico, sus aportes permitieron pensar el problema de la narración y el relato en los textos historiográficos.
En 1974 aparecieron los volúmenes de Hacer la Historia, que contenía una larga serie de trabajos de importantes historiadores compilados por Jaques Le Goff y Pierre Nora; cada una de las tres partes abordaba respectivamente una cuestión: Nuevos problemas, Nuevos enfoques, Nuevos temas. La obra suele ser considerada como el manifiesto de la Nueva Historia Francesa, en la que todas las aperturas y enfoques renovados de la historiografía tuvieron su lugar: desde la antropología religiosa hasta la historia del clima, desde la historia de los jóvenes hasta la del cine, y desde el estudio del mito hasta el problema del acontecimiento. La colección se abría con un artículo epistemológico: “La operación histórica” (1974), en el cual Michel De Certeau salía al cruce de las posturas que homologaban a la Historia con los relatos ficcionales con argumentos que ampliaría al año siguiente en el libro La escritura de la Historia. Sostenía allí que si bien la historia es una narración en la medida en que comparte las leyes que regulan un relato –como por ejemplo la secuencia temporal–, se trata de un tipo de relato particular dado que apunta a producir un saber verdadero, verificable a través del uso de las citas. Tal régimen de verdad es el resultado de una puesta en relación de los datos recortados por una operación de conocimiento que transforma una fuente en un texto historiográfico a partir de un conjunto de técnicas controladas y fijadas por las convenciones propias de la disciplina.
En síntesis, De Certeau sostuvo que la historia es una práctica científica productora de conocimientos, cuyas modalidades dependen de las variaciones de sus procedimientos técnicos, de las normas y las presiones que le son impuestas por su rol en la sociedad y por las instituciones donde se la practica, como así también por reglas que organizan su escritura. De Certeau concedía entonces que la historia es un discurso que pone en acción construcciones, composiciones y figuras que son las mismas que las de toda escritura narrativa incluyendo las fábulas, pero agregaba que también es una práctica que produce un cuerpo de enunciados científicos: aunque el historiador escriba dentro de una forma literaria, no hace literatura por su sujeción a las fuentes y a las convenciones de la disciplina. Otros historiadores como A. Momigliano, Roger Chartier y Carlo Ginzburg sostuvieron argumentos similares a los de De Certeau, vinculando la historia con la narración, pero insistiendo también en su carácter científico derivado de un nuevo estatuto epistemológico.
1VEYNE, P., Cómo se escribe la historia, Madrid, Alianza, 1984 (original francés, 1971).