El interés por las cuestiones vinculadas con la economía ha ocupado un lugar destacado en la geografía, particularmente en las perspectivas neopositivistas y radicales. A las tradicionales descripciones del despliegue espacial de las diversas actividades económicas en la superficie terrestre, típicas de las perspectivas más tradicionales, las nuevas tendencias incorporaron la preocupación por dar cuenta o explicar sus razones. En el caso del neopositivismo, el énfasis estuvo puesto en la elaboración de modelos y leyes que permitieran comprender el orden subyacente a una realidad que, en su observación directa, lo ocultaba. Los modelos de localización industrial (por ejemplo de A. Weber), de centros de servicios (Christaller) o de la actividad agrícola (von Thunen) son algunos ejemplos. En el caso de las tendencias radicales, el interés se centró, en cambio, en la comprensión y crítica al modo de producción capitalista, ya que era este el que permitía comprender las pautas de distribución y localización de las actividades. El interés por las diferencias que el desarrollo económico mostraba a escala planetaria, las relaciones de dependencia y explotación involucradas en estas diferencias, y sus consecuencias en las condiciones de vida, también fueron tema de interés (Sánchez, 1991).
La profunda reorganización del capitalismo, cuyo inicio se acepta ubicar hacia mediados de la década de 1970, afectará fuertemente los contenidos y metodologías de análisis de la geografía económica. Globalización económica e ideologías neoliberales, redes empresariales y financieras, sistema posfordista de producción y cambio tecnológico, pueden considerarse los ejes temáticos que permiten organizar esta presentación del tema (Méndez Gutiérrez del Valle, 2004). Atravesándolos a todos, está siempre la preocupación por la dimensión espacial de estas transformaciones.
La crisis capitalista de mediados de los años setenta en las economías más desarrolladas impulsa una profunda transformación de la organización económica en general, y de la productiva en particular. La reorganización de los procesos productivos, muy vinculada a la incorporación de nuevas tecnologías que ahorran mano de obra y permiten diversificar la producción (que ha dado en denominarse posfordismo), conlleva una nueva división espacial del trabajo, que permite el máximo aprovechamiento de las ventajas comparativas de cada lugar, para la producción de aquellos productos o partes de los mismos que posteriormente podrán ser ensamblados y vendidos en el mercado mundial. Nuevas áreas de industrialización, mayormente en los países subdesarrollados, se correlacionan con la decadencia de áreas industriales tradicionales de los países ricos.
El proceso de globalización económica de las últimas décadas sustenta estas transformaciones y al mismo tiempo se alimenta de ellas. Las ideologías neoliberales y las relaciones de poder internacional facilitan la liberación de los flujos comerciales y, más aún, los financieros. Las grandes empresas adquieren mayor relevancia aún, concentrando porciones de poder muchas veces superiores a las de más de un Estado. Todo el planeta se ve transformado en un inmenso mercado de producción y consumo de bienes cuya circulación en el espacio es ampliamente facilitada. Las imágenes y discursos sobre el mundo global e integrado complementan este proceso de homogeneización.
Enfatizar exclusivamente en la homogeneización que acompaña el proceso de globalización, sin embargo, sería erróneo, como lo han ya señalado varios autores, mostrando el carácter ideológico de estos supuestos. Es aquí donde el espacio geográfico juega un papel fundamental, ya que así como su “acondicionamiento” ha sido un requisito fundamental para el proceso de globalización y la consecuente homogeneización, el espacio instala nuevas divisiones y fragmentaciones, que conviene considerar con atención.
La importancia que las tecnologías de la información y la comunicación han adquirido en estos años ha llevado a diversos autores, entre ellos Manuel Castells (2000), a hablar de sociedad de la información. Uno de los componentes fundamentales de esta nueva forma de organización sería la existencia de redes de todo tipo, en las cuales se articulan procesos fragmentados tanto social como territorialmente. Grandes organizaciones, en particular las empresas pero no sólo ellas, organizan su accionar a través de estructuras reticulares que atraviesan y articulan distintas funciones, lugares o grupos sociales. Las grandes compañías industriales son un ejemplo paradigmático de este tipo de organización: sus procesos productivos se fragmentan y llevan a cabo en distintas plantas productivas, otras unidades procesan su contabilidad o administración, otras realizan su publicidad y otras se ocupan de las ventas; y todo esto sucede en distintos lugares al mismo tiempo, que están conectados en red, gracias a las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen, y que el contexto social y económico permite y justifica.
Así, el mundo globalizado podría ser pensado como una totalidad vinculada y atravesada por un conjunto infinito de redes; viviríamos hoy en sociedades en red. Estas redes tendrían nodos, es decir puntos donde se concretan, y estos nodos son lugares concretos, que se ven beneficiados por su inclusión en las redes. La competencia entre los distintos lugares para formar parte de alguna red (o mejor aún, de la mayor cantidad posible) sería exacerbada al máximo. En cada uno de estos lugares, sin embargo, sólo una parte de su población o de sus actividades tradicionales serán de interés para estas redes, lo que reproduce en ellos los mismos procesos de selección y diferenciación que se dan a escala global. Inclusión y exclusión de estas redes son, por lo tanto, las dos caras de la misma moneda, que se procesan social pero también espacialmente (Castells, 1998). Las sociedades, grupos sociales dentro de ella, lugares en distintas escalas que no son incluidos en red, quedan al margen; la inclusión en las redes se constituye en el nuevo mecanismo de inclusión y exclusión y marginación.
La cuestión fundamental para el abordaje de estos temas desde la geografía es qué atributos debe tener un lugar para formar parte de alguna (muchas) red, y no quedar excluido. A responderla se han orientado los aportes realizados, entre otros, por Doreen Massey (1984) o David Harvey (1998), quienes muestran que por detrás de la homogeneización que origina la globalización y las nuevas formas de organización económica es posible observar que se produce, al mismo tiempo y en forma articulada, un proceso de diferenciación, en la medida en que esta homogeneización sólo es tal para ciertas porciones o fragmentos de las sociedades y el espacio: sólo aquellos individuos que resultaban interesantes para sus fines son incorporados y, en tanto tales, formaban parte de la totalidad homogénea; y lo mismo sucede a nivel espacial. Sólo aquellos lugares que tienen “algo interesante que ofrecer” a las lógicas globales que organizan las redes podrán convertirse en nodos, los restantes serán excluidos. La competencia capitalista exacerba la búsqueda de especificidades como fuente de mayores ganancias (lucro diferencial), al tiempo que individuos, sociedades y lugares implementan mecanismos diversos que les permitan quedar incluidos evitando la exclusión (por ejemplo, el desempleo del individuo, el empobrecimiento para la sociedad, la pérdida de actividades, trabajo, etc., para un lugar) o, según la expresión de Romero y Nogué (2004), caer en la irrelevancia.
Más aún, cabe advertir que esta forma de homogeneización y diferenciación de los lugares es parte constitutiva del proceso de acumulación capitalista en su fase actual. Y por supuesto, permiten comprender no sólo la diferenciación espacial resultante, sino y fundamentalmente, el rol que dicha diferenciación juega en este proceso. La importancia que las condiciones de los lugares ha adquirido en el proceso de desarrollo económico actual ha dado lugar también a diversas posturas que, desde lo económico, han acompañado y complementado el énfasis que, desde lo político y también lo cultural, se viene poniendo en las escalas locales. Las denominadas propuestas de desarrollo local, y también las de desarrollo territorial (una sistematización de esta discusión puede verse en Manzanal, 2005), se orientan en este sentido, en la medida en que ponen énfasis en la activación de aquellos rasgos o atributos específicos de los lugares que puedan dar base a procesos de desarrollo genuino o sustentable, evitando caer en la implementación de mecanismos espurios (como el abaratamiento de la mano de obra, el debilitamiento de las regulaciones ambientales o, más frecuente aún, las exenciones e incentivos impositivos) para atraer inversiones, que en muchos casos han dado lugar a consecuencias negativas mayores que los beneficios obtenidos.