Las críticas a la modernidad fueron uno de los ejes sobre los cuales se consolidan, en las dos últimas décadas del siglo XX, nuevas matrices de pensamiento y acción social, que han dado en conocerse como posmodernidad. Uno de los blancos privilegiados por esta crítica ha sido la ciencia, y en especial su carácter de saber instrumental a un orden social determinado, que también es cuestionado.
Las problemáticas ambientales tendrán un lugar central en estas nuevas perspectivas, que denuncian las nefastas consecuencias del deterioro y “destrucción” de la naturaleza y los riesgos de agotamiento de los recursos necesarios para la humanidad. El peso social y la participación política de los movimientos ambientalistas irán instalando demandas de preservación que desembocarán en las propuestas de desarrollo sustentable, claramente establecidas en la Agenda XXI (programa 21) elaborada a partir de la Cumbre para la Tierra ECO92 de Río de Janeiro. La sustentabilidad ambiental, nuevamente, será planteada en términos de la protección de la naturaleza, pero también en términos sociales y culturales, con lo cual se refuerzan los vínculos entre crítica ambiental y crítica al orden social general. Los movimientos ambientalistas se consolidan en este contexto, cobrando muchos de ellos un carácter global (Gonçalves, 2001).
Sin embargo, la ciencia y la técnica no dejarán de tener un papel central, aunque ahora se reorientarán en gran medida a la búsqueda de formas más eficientes de utilización de los recursos, a la disminución de la contaminación y el deterioro ambiental, o a la implementación de medidas correctivas o paliativas del daño ambiental ya ocasionado o que no puede dejar de ocasionarse. Se ha señalado ya que, por detrás de las buenas intenciones que guían este accionar, anidan nuevas formas de acumulación económica, adaptadas al nuevo contexto social.
Por otra parte, la preservación de la naturaleza se vincula cada vez más con nuevas formas de valorización social –y económica– de la misma. Un papel destacado cobran los denominados “usos estéticos” de la naturaleza vinculados con el turismo y la recreación, a través de los cuales, nuevamente, se da valor económico a la naturaleza, ahora gracias a su preservación. El paisaje –y particularmente el paisaje natural– cobra aquí una gran importancia, en la medida en que se transforma en un recurso escénico o estético primordial.