El giro pragmático de los años 70 impactó en la LT de manera decisiva (ver Recorrido histórico): llevó a una radicalización respecto de la importancia de la unidad lingüística texto, que se definió entonces como la unidad fundamental de la lengua, lo cual se tradujo en formulaciones como “el lenguaje ocurre sólo en textos” o “hablar es igual a producir textos”. El texto ya no se define como un conjunto de oraciones sistemáticamente relacionadas, que puede analizarse a partir de cada oración individual, sino como un objeto independiente, que obedece a sus propios principios de organización. Esos principios no pueden descansar sólo en la presencia de recursos cohesivos, sino que deben tener también naturaleza semántica y deben incluir puntos de vista no lingüísticos. Una antigua metáfora de la gramática generativa que distinguía estructura superficial y estructura profunda se reformuló para distinguir el nivel de la cohesión, en el cual se realizan las distintas unidades informacionales que están conectadas mediante los recursos cohesivos, y el nivel de la coherencia, subyacente al material textual, en cual se encuentra la base conceptual –la estructura profunda-. Mientras que la estructura superficial está marcada decisivamente por la naturaleza lineal de la producción lingüística y sus productos (que en la oralidad percibimos como sucesiones temporales, en la escritura como sucesiones espaciales, y en la lectura nuevamente asumen una dimensión temporal), la estructura profunda puede representarse de manera multidimensional, en la que las distintas unidades informacionales están relacionadas entre sí de modo complejo, en general, en términos jerárquicos particulares).
Distintos teóricos, entre ellos, especialmente, Teun Van Dijk, pero también Erhard Agricola, Klaus Brinker, Egon Werlich elaboraron nociones centrales para dar cuenta de la arquitectura informacional del texto: así, el concepto de tema (núcleo semántico mínimo del texto, que puede entenderse como punto de partida o como resumen del mismo), macroestructura (estructura semántica del texto, entendida como complejos de macroproposiciones semánticas, relacionadas jerárquicamente) y formas de despliegue temático (secuencias descriptivas, narrativas, expositivas, argumentativas e instructivas). Por otra parte, los textos responden a formas convencionales, exhiben ciertas estructuras globales típicas, esquemas formales que se "llenan" con los contenidos particulares; a estos esquemas se los denomina superestructuras y han sido estudiados especialmente en textos narrativos (la crónica, la noticia periodística, la noticia de divulgación) y científicos (el artículo de investigación, el resumen o abstract, la conferencia).
Sin embargo, los textos, además de poseer una unidad y estructura semántica, constituyen acciones lingüísticas, que albergan intencionalidades y tienen carácter convencional, así como los actos de habla simples. Los textos tienen determinadas funciones (el término correspondiente a acto de habla o ilocución en el nivel textual) en situaciones comunicativas concretas. Según Klaus Brinker (1988), la función textual señala el propósito comunicativo del hablante expresado en el texto con recursos, válidos convencionalmente, es decir, establecidos en la comunidad comunicativa. Los repertorios de funcionalidades textuales propuestos se remontan más o menos explícitamente a las funciones del lenguaje elaboradas por Karl Bühler (1930) y en general recogen los aportes de las taxonomías de los actos de habla. Actualmente, los modelos cognitivo-comunicativos prefieren definiciones basadas en el concepto de interacción, es decir, no centradas en el hablante, sino en la interacción comunicativa y en el resultado de esa actividad: así, para Heinemann y Viehweger (1991), las funciones textuales consisten en el papel de los textos en la interacción, su contribución a la realización de metas comunicativas sociales y objetivos individuales, así como a la constitución de relaciones sociales. La función textual no se fundamenta en textos aislados o en la sola visión del productor textual sino en textos/discursos, en su "estar incluidos" en la interacción social, en su funcionamiento para la solución de tareas individuales o sociales sobre la base de tipos de constelaciones de objetivos y actitudes de todos los participantes de la comunicación. Se proponen “tipos básicos de funciones” que pueden realizarse en realizaciones ilocucionarias variadas; los tipos principales son expresar(se), contactar, informar, dirigir (en el sentido de influir conductas, creencias, etc.) y producir efectos estéticos. En los últimos años se investiga especialmente la dimensión accional de los textos: Margareta Brandt e Inger Rosengren (1993), junto a un nivel gramatical e informacional, postularon nivel accional en los textos –llamado estructura ilocucionaria-, en la que los distintos actos de habla (sean estos fundamentales o subsidiarios) se ordenan secuencialmente y se organizan jerárquicamente, según el plan y los objetivos del hablante o productor. Un trabajo en castellano sobre esta dimensión puede leerse en Susana Gallardo (2004).