Entre las razones empíricas que justifican la tesis de que la adquisición del lenguaje está guiada por principios biológicamente determinados se cuentan los casos extremos de disociación entre input (los datos recibidos) y output (la lengua desarrollada).
Por ejemplo, los niños expuestos únicamente a pidgins (lenguas fragmentarias y mixtas en zonas de contacto lingüístico) desarrollan lenguas mucho más ricas y sistemáticas (en cuanto al orden de palabras y los elementos de clase cerrada utilizados) que el input que recibieron de sus padres; esas lenguas son, además, sorprendentemente homogéneas en una región geográfica determinada (créoles o criollas). En forma análoga, los niños sordos con padres con una capacidad auditiva normal desarrollan, a partir de las lenguas de señas incompletas de sus padres (y, en muchas ocasiones, únicamente a partir de esa lengua fragmentaria), una lengua de señas mucho más rica desde el punto de vista de las categorías funcionales e incluso del vocabulario (Pinker 1994: 21-30).
Otro hecho bien establecido que apoyaría la tesis en cuestión es que existe un período crítico para la adquisición de una lengua (oral o de señas), que termina hacia la pubertad; así, los niños aislados del contacto humano (los llamados “niños lobo”) no alcanzan un desarrollo pleno del lenguaje, especialmente en relación con la sintaxis y las categorías funcionales, si no han entrado en contacto con una lengua antes de la pubertad (Jakubowicz 1992: 47-8).
Más argumentos empíricos a favor de la tesis de una adquisición biológicamente determinada del lenguaje se encuentran en la relación entre ciertas patologías y el lenguaje.
Así, por ejemplo, algunos accidentes cerebrovasculares pueden producir desórdenes (las afasias) que afectan en forma selectiva una parte de las funciones lingüísticas, pero no otras funciones cognitivas o intelectuales. Ello probaría que esas funciones ocupan un sitio determinado en el cerebro humano.
Otra prueba de que el conocimiento del lenguaje no está condicionado por la inteligencia general sino que se trata de un conocimiento específico y “tácito” o no consciente, es el hecho de que las personas con síndrome de Williams (notorio déficit intelectual-cognitivo) desarrollan normalmente el lenguaje, mientras que, por el contrario, las personas con deficiencias específicas del lenguaje o SLI (siglas del inglés Specific Linguistic Impairement), de naturaleza aparentemente hereditaria, tienen facultades intelectuales-cognitivas normales, pero un desarrollo fuertemente deficitario del lenguaje, incluso en la adultez (Pinker 1994: 36-45).
Todos estos hechos (los casos extremos de un input heterogéneo en contraste con un output sistemático; la existencia de una edad crítica para el aprendizaje de las lenguas; las patologías que demuestran la independencia del conocimiento del lenguaje con respecto a la inteligencia general) constituyen poderosos argumentos empíricos a favor de la tesis de que la adquisición del lenguaje está biológicamente determinada.