La historiografía basada en los modelos macrosociales concebía a los actores de la historia en términos de grandes colectivos definidos según criterios económico-sociales. Sin embargo, desde fines de los años sesenta se han sucedido una serie de conflictos que no podían ser explicados utilizando esas variables tan amplias y generales.
Los mismos estudiantes que aprendían ciencias sociales en las universidades según los esquemas macrosociales eran protagonistas de estas luchas. Sus esquemas no les permitían entender su propia práctica, por eso comenzaron a cuestionarla.
A partir de los años ochenta se dejaron oír, al menos en la Argentina, reiterados reclamos de pueblos aborígenes que exigen poder vivir según sus valores, normas y costumbres. Los viejos esquemas que dividían a la sociedad en clase obrera y burguesía no pueden dar cuenta de ellos.
El feminismo colocó por sobre las diferencias de clases otra a la que consideran fundamental: aquellas basadas en el sexo. Según este criterio, por ejemplo, mujeres de todas las clases sociales son explotadas y discriminadas por una sociedad basada en principios y valores masculinos.