Tras un largo período de “ostracismo” de la región, que había sido el objeto privilegiado de la geografía por largo tiempo, se asiste hoy a su revitalización como unidad significativa para el estudio geográfico. Entendemos que esta revitalización se basa en una de las características constitutivas del tratamiento regional, a saber, las posibilidades de analizar, más allá de las características específicas de las dimensiones y temáticas que estemos teniendo en consideración, las múltiples relaciones que su interrelación en un ámbito concreto genera, dando lugar a lo específico; sólo el enfoque regional permite captar esto último.
Es claro que el interés por lo específico no debería llevarnos nuevamente a la descripción en sí misma de la porción de la superficie terrestre que se ha definido como región como si fuese un compartimiento estanco. Por el contrario, interesa comprender los procesos generales que permiten entender esa región, muchos de los cuales la excederán ampliamente, al tiempo que otros requerirán la consideración de otras regiones, o la redefinición de la misma. El énfasis que tradicionalmente se colocó en la definición de la región (basándose en muchos casos más en establecer sus límites que sus características) parece perder prioridad, pero no así el reconocimiento de sus especificidades, siempre que estas sean inscriptas en marcos interpretativos más amplios que permitan entenderlas, al tiempo que este entendimiento regional contribuya en sentido contrario: a la comprensión de lo general. Concluimos recurriendo a las palabras de Nogué y Albet, quienes dicen:
...la región, el lugar, siguen siendo la quintaesencia de la geografía, pero el énfasis radica cada vez más en el proceso de construcción de la región, producto de aquella múltiple combinación de poderes, conocimientos y espacialidades. La formación y transformación de las regiones está hecha de procesos materiales y discursivos, físicos y simbólicos, palpables y representados, económicos y culturales, humanos y sociales, reales e imaginados; y todo ello sedimentado en paisajes físicos, políticas públicas, geografías imaginativas. (Nogué y Albet, 2004: 169)